17.11.17

Carta a una soñadora

Te escribo porque quiero recordarte que los sueños son esas cosas que se mantienen a través del tiempo. No es uno, son muchos. Jamás podríamos conformarnos con uno solo porque son anzuelos. Y me pregunto cómo hacen para despertarse con ganas de vivir aquellos que los archivaron, los enfermaron, los volvieron imposibles o los dejaron morir. Tampoco digo que esté mal, porque a fin de cuentas, los sueños motivan pero también abaten, cansan.

Me atrevo a decirte que los sueños (esa cursilería barata), los que movilizan y han nacido en ese prematuro escenario infantil de juegos inocentes, esconden el deseo más genuino y se enfrentan con la realidad. Los sueños se cocinan mientras somos niños. Pero la realidad tiene los obstáculos que nos resignan para congelarlos, nos convierten en tacaños para contaminarlos o nos vuelven huidizos para esquivarlos.

Después que dejamos de ser niños y nos volvemos adolescentes, tenemos sueños pulidos. Más relucientes aunque son los mismos, te lo aseguro. En la adolescencia nos dedicamos a sentirlos como sentimos todo: el mundo al que asomamos, los cuerpos ajenos, los besos inolvidables en algún rincón, las ideas que nos atacan. Luego, en la adultez, empezamos a pensar esos sueños que de niños eran un juego. Quizás es ahí donde comenzamos a perderlos. Al final y ya en la vejez, tendremos tiempo de dejar cartas que nadie leerá con consejos para abaratarla y ganar la subasta.

Te escribo porque estás dormida y quiero despertarte. ¿Te has dado cuenta todas las madrugadas que vos me despertaste a mí? ¿Qué me dijiste que ya era la hora de abrir los ojos? Ahora soy yo la que está tratando de despertar a una soñadora dormida. Si ya cumpliste uno, podés cumplir otro. Y no caigas en el vicio de no valorar lo que has logrado simplemente por querer más, eso sería casi como flagelar al pasado que te ha dejado victoriosa en una ruta que elegiste. A veces conviene aprender a felicitarse.

Los sueños que se dicen esa cursilería barata, generalmente y a medida que crecemos, suelen quedar al fondo de la góndola tapados por la exhibición de productos que alguno de los llamados pecados capitales ha puesto en venta (la gula), y que al exhibirse parecen más bonitos a los cinco sentidos. Pero hay uno, un sentido, el de la vida, que cuando está bien arraigado no se llena con esos, sino con los que están atrás: los sueños. Los sueños que son tan baratos, que sólo cuestan unos pocos centavos de esfuerzo, son los que menos se compran en la adultez. Y te aseguro, son los más sabrosos. Sí, ya lo sé, es cuestión de gustos.

Entonces sé que los sueños a veces abaten, son una cuesta arriba. Pero también sé que nos resucitan del letargo de la cotidianidad.

Despertate, que quiero verte soñar otra vez.
Besos.

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