25.11.17

Tiempo de descuento

Es la ilusión de que todavía podemos ganar, de que podemos ir para el mismo lado, de que abrazarnos victoriosos y hacer feliz a la hinchada, es posible. Es la esperanza de que los sueños se hacen realidad, de que los milagros existen y que aún faltando segundos para que no ocurran, suceden. Ese es el tiempo de descuento en el que estamos, es el preciso corte temporal que nos queda por jugar antes de que el silbato nos anuncie el final.

Poco lugar - o poco tiempo - hay para discusiones estratégicas, acuerdos, rencores, reconciliaciones. Pateamos vos y yo como jugadores independientes de un mismo equipo, lo que nos moviliza es el deseo de ganar, de ver a la tribuna gritar y saltar y nosotros ahí, contentos porque de nuevo, aún cuando parecía que no lo íbamos a lograr, jugamos como un equipo otra vez. Vos con tus pases, yo con mis amagues, vos con tu rol indiscutible de armador y yo, acá, esperándote para hacer el gol. Así es el tiempo de descuento, pateando vos y yo como jugadores autónomos pero hacia un mismo arco, un mismo lugar.

Estamos cansados, presionados, sudados, preocupados, asustados. Pero estamos ahí, en el juego que ninguno de los dos va a abandonar. Entonces la pregunta es, ¿vamos a dar además lo mejor de cada uno, vamos a dejar en la cancha esa pasión y las habilidades por las que fuimos elegidos para estar en esta selección? Lo que nos diferencia es la convicción de que podremos lograrlo y de que nadie más podría hacerlo de la misma manera, ni siquiera aun quizás, de mejor manera. La certeza de que fuimos elegidos para estar ahí, de que decidimos quedarnos y jugarnos la vida por el campeonato.

Es la ilusión de que todavía podemos ganar y la seguridad de que ambos lo intentaremos, ese es el tiempo de descuento que indica el futuro de este equipo. Es el tiempo de descuento, o es el tiempo añadido que nos da una última chance de salir campeones, una vez más.

24.11.17

En tercera persona

Ella, una fotógrafa trotamundos y una saltarina de camas, tuvo tantos amantes como cuartos de hotel en los que se alojó durante sus viajes, besó tantos hombres como fotografías tiene en su álbum de rutas.

Él, un oficinista exitoso, deambulando en las noches por los pasillos de su empresa, tiene tantos billetes como hojas en los archivos de negocios, tantos logros como luces en la ciudad. Y a su lado una mujer, esas de colección.

El día de su boda, la fotógrafa captó con el obturador la imagen de una pareja perfecta, pero también se perpetuó la historia triangular de un amor: la fotógrafa y el empresario. Aun siendo como el agua y el aceite, comenzaron una relación.

Se enamoraron, pero el agua y el aceite enamorados sólo conviven paralelos, se tocan, se rozan, se sienten, pero no se mezclan. A la sombra de los secretos, ellos convivían, celebrando aniversarios puertas adentro, justificando la (cobarde) clandestinidad con la pasión. Pero en esa tarde de abril, apoyada sobre la ventana de aquél hotel le dijo que se iba. Y él, en la cama, juró que elegiría ese lugar como lecho de su muerte, pero que aún había mucho por vivir.
Ahora la culpa ha cedido, la del secreto. ¿Pero qué hicieron con la culpa de la cobardía? Él es todavía un gran ejecutivo, dirigiendo una empresa como si fuese una orquesta que en vez de música hace ruido, aturde. Ella es empleada del viento, volando sin direcciones precisas. Y así el tiempo pasó, separados como el agua y el aceite. Será que el amor de los amantes es fraudulento, será que solo trasciende el legítimo… y entonces, ¿cuál de los dos es el auténtico?

La fotógrafa captura con el lente la imagen de una pareja perfecta, es otra boda y ellos son invitados, el empresario y su mujer de colección. Corre la cámara, lo mira. Se miran y piensan:

Ella: Si decidías estar conmigo perdías mucho y yo no perdía nada. Perdí cuando nos dejamos.
Él: Quién te dijo que no perdí.
Será que el amor, hipócrita o astuto, sólo hace ganadores a los ignorantes.


23.11.17

Carta a la mujer multifunción

Mujer multifunción, sé que entre todas las tareas que tenés agendadas para hoy, podrás sumar una más: leer esta carta.

Solamente quiero decir:
- Que te sueltes a la libertad como se sueltan los pelos peinados y atados, sujetos a un orden establecido.
- Que te bajes de los tacos y las plataformas, en la tierra se respira mundanidad.
- Que el rol de samaritana primero empieza por casa. Consentirse es tarea tuya, también.
- Que más que limitarte, te pongas límites para no hacer eso que preferís evitar.
- Que nadie reconocerá todos tus aciertos, y la sola mención de un desacierto puede tumbarte si estás débil.
- Que te olvides de lo que van a decir, te sobran los dedos de las manos para contar a las personas que realmente hay que escuchar.
- Que seas feliz.

Sos mujer. Pero antes que eso, sos humana.
Algo más: esto de la mujer multifunción no es de ahora. No dejemos que la mentira nos convenza. Siempre pensamos que antes no pasaba, pero te aviso que sí. Mi madre, mi abuela… ¿mi bisabuela? ¿De dónde copiar este modelo, este patrón que nos conduce si no es de ellas?

Y, por último, una advertencia: esta carta es apta solo para mujeres. Hombres, abstenerse. No podrán jamás entender a la mujer… mucho menos, a la mujer multifunción.

22.11.17

Telegrama a la muerte

Muerte,
(¿Debería escribir "estimada" o "querida"? No lo sé, porque a decir verdad, todos hablamos mucho de vos, pero no te conocemos aún.)

Te escribo un telegrama porque no quiero perder demasiado tiempo en la vida. Ya tendremos oportunidad de hablar más.

Simplemente quiero que sepas que tenés mala fama. Tu opuesta, la vida, es realmente muy bonita. Creo que tendrás que esforzarte mucho por superar a la vida, porque nos quejamos de que cuesta (ingratos humanos) y sin embargo, todos queremos vivirla.

¿Podrás acaso darnos algo como lo que la vida nos da? Familia, paisajes, amigos, abrazos, amor, reconciliaciones, adrenalina, bellezas. Sí, ya sé que hay cosas malas también. Pero por cada mala, me gusta pensar en tres buenas.

No sé cuándo llegarás, si seguiremos conociéndote uno a uno, o si, de repente, este globo terrestre no resistirá que sigamos inflándolo de gases tóxicos. Más allá de cuándo sea que llegues, deseo que realmente tengas algo lindo para ofrecer. Así como la vida. Solo eso.

Ojalá, antes de que llegues a todos o a cada uno, aprendamos a vivir antes que a morir. A vivir sin buscar respuestas a preguntas que no las tienen, porque si no las tienen, se parecen más a afirmaciones que a interrogaciones. Las preguntas sin respuestas son hechos. Hechos como vos… y en la vida solo debería alcanzarnos con vivir.

Entonces, nos vemos cuando vengas.
Un hombre.

Postal de nosotros

¿Te diste cuenta?
Pasan los años, pasa la vida, pero nosotros dos quedamos ahí, suspendidos en esa trama recurrente sobre la que se escribe nuestra relación.

Somos personajes - los protagonistas por cierto - de una historia de amor que de ser comercial, tendría récord de ventas incluso entre los escépticos de la ilusión, entre las mentes inteligentes que no se permiten esos atajos que bañan las neuronas de la deliciosa pero adictiva miel del placer.

Cada vez, cada fecha estipulada en la que coincidimos saludarnos, preguntarnos cómo estamos, saber hacia dónde vamos cada uno sin nosotros, decimos las mismas frases, remarcamos los mismos silencios, insinuamos la misma idea de imaginar lo que hubiésemos sido si nos animábamos a ser.

Pasan los años, pasa la vida y somos esos personajes que cada vez que coincidimos rendimos homenaje al desencuentro voluntario, que no es otra que la resignación de saber que podemos y podremos hablarnos, escucharnos, vernos, pensarnos. Podremos siempre encontrarnos en el desencuentro, pero no podremos nunca desencontrarnos para de una vez por todas, encontrarnos.

¿Te diste cuenta?


19.11.17

Carta a un ¿amigo?

Cuando abrí la puerta de tu edificio para llegar hasta mi departamento, como una ráfaga de viento, me atacó el pensamiento. Pensé tanto desde la calle Estrada e Independencia hasta Plaza Colón, que la distancia me resultó tan breve como cuando ir a la escuela primaria en mi pueblo natal significaba, simplemente, cruzar la calle.

Resulta que sos mi amigo, sí. Pero además sos el hito de las renovaciones. Todavía recuerdo cuando nos encontramos por primera vez, hace tantos años atrás. En ese momento no lo supe, pero después sí. Sos un amuleto. Y también una brújula.

Apenas doblé la esquina pensé que se respira paz en la atmósfera estando en tu compañía, que transmitís una templanza y un afán por conservarla que la contagian. También sé, que aunque pasen los años, sigo admirando tu filosofía de vida. Me sostenías la mirada y me decías: "Pendeja, empezá a correr que cuando el carro anda, los melones se acomodan." Tu frase favorita. Tal vez tengas razón, la vida es eso, una vía. Y nosotros adentro, deberíamos aprender a transitarla sin más.

Quizás porque esta noche también me dijiste eso, es que decidí escribirte esta carta. Es tanto lo que me gusta de vos, que me encantaría poder compartirlo más. Desde que ingresamos al ajetreado mundo adulto, nos vemos poco. Y este es el momento en donde me animo a decirte que, echando el carro a andar, quisiera que sepas que con ser tu amiga ya no me alcanza.

Me dijeron alguna vez, o lo leí, que la admiración es la antesala del amor. Y lo cierto es que te he admirado siempre. Tu manera tan especial de ser. Y el hecho de que puedas mantenerlo en el tiempo, porque te encuentro hoy con la certeza de que seguís siendo tan valiente para mantener tus convicciones de hace diez o quince años atrás. Es cierto, con el tiempo y sus recovecos las personas vamos puliendo algunos paradigmas, pero de mejorar a cambiar hay una gran diferencia… Dejar de ser como uno realmente es, es desaparecer en los convencionalismos sociales.

Esta noche quise copiarte. Y no quise dejar de ser como soy, atrevida e impulsiva. ¿Acaso me animaré a darte esta carta? ¿A enviártela esta misma noche en un mail?

El debate sobre la amistad entre el hombre y la mujer es extenso, está gastado y es agotador no llegar nunca a una definición clara. Porque buscamos justificaciones, razones, hipótesis o ejemplos para explicar si existe o no la amistad entre el hombre y la mujer. Si se transforma en amor. Si es viable. Si se sostiene en el tiempo y bla bla bla… Y nunca llegamos a una verdad absoluta…

En cambio sí hay una certeza: la auténtica amistad sabe perdonar. Entonces, podrás perdonarme si para vos es un error que te diga que te amo. En cambio, el futuro no podrá perdonarme jamás, si al menos no intento decirte que yo podré perdonarte si vos no me perdonás.

Te amo.

18.11.17

Epístola al azar

Ya no recuerdo el sabor de tus labios. Se borraron de mis registros mentales aquellos besos que nos dimos. Es que ha pasado tanto tiempo que ni siquiera me acuerdo del olor que escondías en el trayecto entre tu oreja y tu hombro, ese cuello al que llegaba con escollos como si fuese un fugitivo de mis breves mordiscos. Pero los fugitivos fuimos nosotros. Huimos de un amor que no quisimos consentir.

Cada tanto te extraño, debo admitirlo. Será la nostalgia de los tiempos pasados con los que solemos rozarnos a veces en una milonga de barrio. O será que no te olvidaré jamás. Porque sos mi historia, porque vos también fuiste artífice de esta mujer en la que me he convertido con los años. Y esta epístola al azar es un breve homenaje al recuerdo impregnado de añoranzas. Sé que adonde estés, también estoy con vos.

Sabés que no sé escribir cartas breves. Y sé qué a veces no te interesa leerme. Pero aún así me encontré esta noche con una colosal necesidad de escribirte esta epístola al azar.

No para reclamarte, tampoco para padecer una relación que no pudimos sostener. Tampoco para despedirme, o decirte que no logro olvidarte o que sé que estás esperándome. Vengo simplemente a decirte que hay cosas que se me escaparon de la memoria.

A pesar de que suelo encontrarte en algunos pasajes de mi entramado mental, te tengo como un recuerdo y no como un deseo.

Te dejé sentado en esa plaza en la que tomamos un helado, me bajé de tu auto frente a la puerta de mi casa y nunca más volví a subirme, me levanté al baño y nunca regresé a la cama, te dije que te llamaba a la noche y perdí tu número, te despertaste una mañana y yo ya no estaba. ¡Es que recuerdo tan poco! Se me han ido borrando las imágenes con el paso del tiempo y mi precaria memoria no me auxilia.

Y a vos ya nadie te nombra. Conozco gente nueva, tengo una pareja que desembarcó con su familia y sus amigos, ahora somos más porque hay pequeños en mi casa y los nuevos compañeros de trabajo tampoco te conocen. Estás sepultado bajo los nuevos titulares de mi vida, e incluso, bajo los artículos analíticos de la actualidad que debaten sobre cuestiones en las que nada tenés que ver.

Sin embargo, quiero que sepas que si bien ya no me acuerdo cómo fue dormir con vos la primera vez ni cómo fue despedirme la última noche (si es que nos despedimos), sí recuerdo, y esto es indiscutible, el amor que sentí por vos. Podrán quitarme desde la ropa hasta la conciencia que no podrán llevarse, jamás, esa incontable cantidad de amor que te tuve.

Ahora sos pasado. Sos historia.
Mi pasado y mi historia, pero sos apenas una epístola al azar.

17.11.17

Epístola electrónica

Hola.
Acá estoy, ¿y vos?

¿Cuánto tiempo ha pasado? Pero aún así creo que seguimos siendo los mismos. Todavía recuerdo como si fuese ayer, la tarde que apareciste en aquella habitación sin puertas ni ventanas. Nuestra coincidencia fue un callejón sin salida (ni retorno). Te enamoraste de mí. Yo de vos, claro.

¿Cuánto tiempo fue? El suficiente para que un día nos diéramos cuenta de que nos amábamos. He conocido pocas historias de encuentros como nuestro desencuentro. Fue especial, sí. Casi con el carácter de un artista, sos el autor de uno de los pasajes más emocionantes de la trama que me compone.

Ahora te escribo para contarte algo lindo. Creo que nos faltaron alegrías por compartir y quizás sea el momento de recuperarlas... Estoy embarazada. Es tan breve la frase, tan inmenso el silencio que le sigue y tan tácita cualquier palabra que se exprese luego de tal noticia, que no espero (una vez más) ninguna respuesta tuya.

Toda la tarde, desde que el análisis dio positivo, la vida se volvió una película. Soy, indudablemente, la mujer más feliz del mundo en estos momentos. Y tanta alegría me dejó de cara frente a algunos recuerdos. Solo venimos al mundo a fabricar recuerdos para luego llevarlos. Memorias de los afectos que encontramos en los años que acá estamos. Vos sos una de mis memorias más bonitas. Quería que lo supieras.

Ahora tengo que dejarte, pero no leas, por favor, entrelíneas en donde no las hay. Simplemente quise compartirlo con vos. Sabemos los dos que el amor se nos agotó hace mucho. Solo nos quedó el afecto de dos personas que supieron amarse. Y también sabemos que estamos en alguna parte cuando necesitemos uno del otro. Y hoy necesitaba compartir mi felicidad con vos.

Ya sabés cómo son nuestros finales… solo suceden.
Pero esta vez, te mandamos un beso, mi bebé y yo.
Cuidate.

Carta a una soñadora

Te escribo porque quiero recordarte que los sueños son esas cosas que se mantienen a través del tiempo. No es uno, son muchos. Jamás podríamos conformarnos con uno solo porque son anzuelos. Y me pregunto cómo hacen para despertarse con ganas de vivir aquellos que los archivaron, los enfermaron, los volvieron imposibles o los dejaron morir. Tampoco digo que esté mal, porque a fin de cuentas, los sueños motivan pero también abaten, cansan.

Me atrevo a decirte que los sueños (esa cursilería barata), los que movilizan y han nacido en ese prematuro escenario infantil de juegos inocentes, esconden el deseo más genuino y se enfrentan con la realidad. Los sueños se cocinan mientras somos niños. Pero la realidad tiene los obstáculos que nos resignan para congelarlos, nos convierten en tacaños para contaminarlos o nos vuelven huidizos para esquivarlos.

Después que dejamos de ser niños y nos volvemos adolescentes, tenemos sueños pulidos. Más relucientes aunque son los mismos, te lo aseguro. En la adolescencia nos dedicamos a sentirlos como sentimos todo: el mundo al que asomamos, los cuerpos ajenos, los besos inolvidables en algún rincón, las ideas que nos atacan. Luego, en la adultez, empezamos a pensar esos sueños que de niños eran un juego. Quizás es ahí donde comenzamos a perderlos. Al final y ya en la vejez, tendremos tiempo de dejar cartas que nadie leerá con consejos para abaratarla y ganar la subasta.

Te escribo porque estás dormida y quiero despertarte. ¿Te has dado cuenta todas las madrugadas que vos me despertaste a mí? ¿Qué me dijiste que ya era la hora de abrir los ojos? Ahora soy yo la que está tratando de despertar a una soñadora dormida. Si ya cumpliste uno, podés cumplir otro. Y no caigas en el vicio de no valorar lo que has logrado simplemente por querer más, eso sería casi como flagelar al pasado que te ha dejado victoriosa en una ruta que elegiste. A veces conviene aprender a felicitarse.

Los sueños que se dicen esa cursilería barata, generalmente y a medida que crecemos, suelen quedar al fondo de la góndola tapados por la exhibición de productos que alguno de los llamados pecados capitales ha puesto en venta (la gula), y que al exhibirse parecen más bonitos a los cinco sentidos. Pero hay uno, un sentido, el de la vida, que cuando está bien arraigado no se llena con esos, sino con los que están atrás: los sueños. Los sueños que son tan baratos, que sólo cuestan unos pocos centavos de esfuerzo, son los que menos se compran en la adultez. Y te aseguro, son los más sabrosos. Sí, ya lo sé, es cuestión de gustos.

Entonces sé que los sueños a veces abaten, son una cuesta arriba. Pero también sé que nos resucitan del letargo de la cotidianidad.

Despertate, que quiero verte soñar otra vez.
Besos.