24.7.10

por la tangente del camino

Es de esas mujeres seductoras por naturaleza, no hay una belleza más absurda que la que ella carga en ese cuerpo de escasa altura y un ancho entrado en centímetros. Y, sin embargo, no ha habido hombre alguno que se haya resistido a esta mujer de sangre caliente, corazón rimbombante y sensibilidad a flor de piel.
Es de esas mujeres que se miran al espejo y no encuentra más que un acertijo; ¿qué ven?, se pregunta; o mejor aún, ¿qué buscan en mí?. Y la diaria se vuelve un remolino de libido rondando sus contornos, el deseo ajeno luchando contra su aura para tocar, al menos de lejos, ese cuerpo. ¿Y acaso nadie se ha preocupado por su alma?
Es de esas mujeres que creen que el corazón es grande, que los afectos se sustituyen y que el amor es una herencia; es decir, si un día el amor dejaba de ser un hombre para convertirse en un nombre que se enclavaría en las redes del olvido, era porque le pedía asilo al pasado; alojarse allí, justo allí, donde la ruptura de la relación fuese un trampolín para dar un salto, un puente para cruzar, una manera de llegar a otro lugar. Uno mejor.

Tiempo después de ser exactamente ese tipo de mujer (quizás mágica, maravillosa, única), algunas cosas pasaron. De tantos amores, dos se cruzaron en el mismo tiempo y espacio, y el problema no fue el cruce, fue que eran dos amores con dos razones diferentes, opuestas. Para darle mayor claridad al asunto: ella es de esas mujeres que ha sabido amar y que por eso ha compartido su vida con el hombre que a lo largo del tiempo ha tenido el coraje de convivir con ella, el tiempo que haya podido hacerlo; y el amor, a veces, implica infidelidad. Ella a veces amó, muchas se enamoró y una que otra, fue infiel. Pero hay un momento de la vida, en donde las cosas giran abruptamente sin pedir permiso; hay un momento de la vida en donde terminamos fuera de los planes, parados en el extremo vertiginoso de un precipicio, y sin sogas para sostenernos. Ese día llegó, y el ocaso se extendió tanto, que el amor oscilando entre dos hombres se volvió una costumbre extensa.

El desgaste del corazón fue terrible. Hubo uno de esos dos hombres que se llevó su voluntad, el otro su autoestima. Las ganas y el deseo se deshicieron entre el forcejeo de una misma cuerda tirándose de dos puntas. El amor se perdió entre las sábanas de camas alquiladas, entre proyectos materiales de un auto y una casa, en la mudanza de un corazón deambulante que buscaba un lugar de amor verdadero en donde quedarse. Pero si su amor por ellos no hubiese llegado a ser amor, ¿qué esperar de ellos? Quizás la existencia de ambos en el mismo momento, haya sido un préstamo para acallar sus inseguridades que, más tarde, se pagaría con altos intereses de soledad.

Lo cierto es que con ellos se perdió, por la tangente del camino de su vida, la magia que alguna vez la hacía una mujer especial. Solamente ella podía serlo y como cuando se tira la cadena del escusado, con una sola decisión mal tomada, los dos dejaron que una corriente más parecida a una crecida la arrastrara, y que no se llevara la mierda (o quizás sí, si algo parecido eran ellos). Esa corriente se llevó lo mejor de ella. Se quedó sin disfraces para divertir, sin la dulzura para hocicar, sin el tacto para mimar, sin las luces rojas en la habitación para entonar, sin las veladas románticas. Se quedó, lamentablemente, sin sueños. Primero sin lo de ellas y después, con los de ella, para no compartir con nadie más.

Ella es de esas mujeres, ya se ha dicho, que cree que es posible volver a enamorarse, volver a amar. Entonces él apareció. Y llegó, quizás, no lo sé, con las mismas grietas en el alma por las que se fueron lo mejor de él. Ya no habría más cenas con velas, canciones románticas, letras escritas por sí mismo expresando amor, vallas saltadas, postas pasadas, entrega absoluta; ya todo había sido dado. Es decir, el champagne ya estaba descorchado para él también, y con otro mujer.

Yo diría que es probable que juntos vivan los días que le quedan hasta el final pero será, seguramente, una historia en blanco y negro; quizás algunos matices, grises o chispas sepias que den movimiento al trazo mediocre de la tinta que escribirá esas dos vidas. Lo mejor de cada uno quedó en el pasado, se fue por la tangente del camino. Entonces, sobre seguro, no habrá más para dibujar que una postal común.
O pienso, tal vez, entre los dos puedan juntar sus mitades y montar un bonito rompecabezas para jugar armando y desarmando, reinventándose en el ajuste impreciso de dos piezas buscando la felicidad. Quizás así, sólo quizás, terminen encontrándola sin saber a ciencia cierta que de otra manera la hubiesen encontrado. Sólo ellos, dos piezas usadas, pero exactas.

No hay comentarios.: