16.6.13

herencia I

Me has dado la energía contagiosa de los soñadores que siempre anhelan finales felices para las historias que les tocan vivir; el deseo genuino de compartir buenos momentos y la fortaleza para convertir en príncipe a las bestias más brutales; el pensamiento positivo de que si todo tiempo pasado fue mejor, el futuro no tiene por qué serlo menos. Me has dado la libertad, libertad para ser quién quiero ser, a costa de los obstáculos y más allá de los precios que hay que pagar para administrarla. Tanta convicción, tanta intuición no hubiese sido posible si no estabas ahí para hacerme creer que iba a lograrlo.

Estos ojos que te miran no son míos, son tuyos. Ojos negros que no necesitan revelarse para ser vistos, pero sí rebelarse para ser leídos. Ojos turcos que convencen, comparten, juegan a las alianzas con las palabras deliberadas que construyen fantasías e historias, reales e inventadas que fui aprendiendo de tus cuentos, esos que se hicieron eco en mí.

Me has dado consejos domésticos que fueron lineamientos de vida. La moraleja de tus narraciones o los gestos que aprendí a interpretar son, indudablemente, de las más sabrosas lecciones de vida que me ha tocado experimentar. Me has dado el gusto por la información, el placer por mediar y por arrojar pronósticos diversos sobre finales que siempre, te lo juro, serán felices. Me has dado este cuerpo y la manera de conducirlo, el alma y la forma de nutrirla, me has dado razones y me has provocado las más bonitas sensaciones.

El resto de lo que me den, de ahora en más, será condimento puro. Porque vos me diste lo más importante, me diste la vida papá.

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