20.5.13

lunares

Si la soledad que la espera del otro lado no fuese tan justificada, entonces sí se resignaría. Pero no. Cuando la próxima vuelta a la llave esté dada se encontrará frente a un espacio oscuro y una casa vacía; entonces asumirá con ese retrato, que ella es la responsable. Su marido la llamó, le dijo primero que la esperaba, después que se le hacía tarde y, por último, que ya no habría nadie.

Ahora ella prende la luz, algunos sonidos son tan estrépitos como ése.  Es un instante y es una pequeñez, pero el interruptor que enciende la luz de esa habitación retumbó y reventó hasta las membranas.  Pasa para el dormitorio y se encuentra con el inmenso espejo del living; una reliquia de su infancia donde se refleja el pasado que contiene los sueños más genuinos.

Una vez en la habitación y con el resplandor que entra por la ventana, ve su contorno contra la pared. Una silueta menos que normal, piensa. Y antes de prender la luz se le esfumará de la cabeza la voz de Abel. ¿Hace cuántos años no lo escuchaba? Era pasado el mediodía cuando la llamó.

Se saca la hebilla, se suelta la ropa y el pelo se cae a la misma velocidad que el pantalón. Hace un esfuerzo y se quita la camisa con un malabar más incómodo que costoso. En líneas generales podría decir que no ha cambiado mucho, hasta que hace un giro tímido para buscar la bata y ve en sus piernas los pozos que el tiempo escarba cuando se vuelve sedentario. Ahora el giro es abrupto, no quiere ver más. Y lo que ve del otro lado no es algo tan diferente: una marca, no del tiempo y sí de una cirugía. Es el espacio vacío que dejó un lunar. La ausencia de un llamador natural para los debuts en cama doble, el entretenimiento adicional para el amante de ocasión, la mancha estratégicamente ubicada como para partir de ahí a una nueva instancia de fantasía. Claro, piensa, el hombre que hoy es mi marido no lo conoció. Quizás de eso se trate, de reservar las leyendas para los que construyen la historia en la cotidianeidad. La historia de verdad.

Abel retoma la escena con la habilidad de un actor de reparto por la carrera al ascenso. Ella abrió la ducha y mientras tanto, de la mano de Abel, recuerda cuando sentados en la galería de la casa de sus padres soñaban con una bañadera. ¿Cuán lejos estaba poder tenerla? En las casas donde hay bañaderas, hay todo lo demás.

Ahora ve un rostro cansado que se esfuma con el vapor de la ducha. Ese espejo no es de antaño, está estéticamente preparado para estar ahí, viendo lo que un espejo de la infancia no toleraría reflejar. ¿Cuánto tiempo ha pasado Abel?  Ahora tiene más que una bañadera y sin embargo solamente entra a la ducha. El agua le cae de lleno sobre la cara, ojalá la cabeza pudiera reventarle. Y en el medio de ese deseo perversamente egoísta, imagina la voz de sus hijos. ¿Adónde están sus hijos? Claro, llegó  tarde a casa y él le dijo que no la esperaría nadie. ¿Tan caro salía construir una bañadera?

Desde la cabeza, presionándola como si las ideas se acomodaran con el forcejeo, las manos le caen por el cuerpo. Y no hay nada de lo que toca que le alcance para justificar el deseo de angurrientos solteros o no tan solteros que se creen que la pasión es menos costosa que el amor. Y es que todo el resto que viene después de una sudadera de pasión a veces no es un impuesto del que alguien pueda quedarse exento.  Ese cuerpo, empapado de cansancio y falto de imaginación para funcionar, no vale lo que desde afuera cotiza.


Casi por sorpresa la toma el recuerdo de Abel diciéndole que le deseaba lo mejor. ¿Cómo hubiese sido todo si él no se iba? ¿Existirían tantas cartas o poesías sobre su lunar? ¿Tendrían algo más que una bañadera? ¿O algo menos quizás? ¿Regresarían eso seres tan hermosos a decirle mamá? Mamá. Esa es la palabra que siente a lo lejos con el portazo característico del más chico. Entonces agacha la cabeza para enjuagarse y ve uno, o quizás dos lunares nuevos. Estira el brazo y ve otro. Lunares que no vuelven, lunares que aparecen. Marcas para toda la vida.  Donde se quiere estar, donde se aspira más allá de lo que se quiere y donde finalmente se termina. Hay un juego de deseo-imaginación-realidad que tira la cuerda que nos sostiene vivos.

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