28.5.13

lucila

Creo que la mejor lectura del amor son las sensaciones. Después de haber investigado exhaustivamente los motivos, los efectos, las explicaciones, las estrategias, las fórmulas, lo que significa, lo que no, después de todo eso, ningún libro me explicó el amor como mi propio cuerpo y mi propia mente.

Me llamo Lucila y camino cada mañana de lunes a viernes hasta el box de tu oficina y te miro. Primero, mientras me sirvo un café, te enfoco con el rabo de mi ojo. He aprendido a afinar la vista hasta el lunar que se asoma por debajo de tu oreja izquierda. Y luego en un vuelco que aparenta espontáneo, seduzco hasta al aire que te rodea y la expresión, esa condescendiente, me dice que ya lo sabés, que esta noche vamos a vernos.

Me llamo Lucila y soy la mujer que se enamoró de vos. Salgo con un café de tu oficina y todos se preguntan por qué lo busco ahí, pero es que no saben de este amor secreto que nos tenemos. Conozco tu risa y te he visto unas cuantas veces llorar de ira, desde tu perfume hasta el aliento te encuentro cada vez que estamos cerca. Y sé que estoy enamorada porque en su lenguaje inexplicable, impermeable, esotérico, las sensaciones lo dicen.

Pedro, mi filósofo de cabecera, dice que estar enamorado es una trampa del amor, porque enamoramiento se compone de "en", es decir estar y "amoramiento" que significa mentira del amor: estar enamorado entonces es estar en una mentira del amor. ¿Y por qué el amor pone trampas? Será por desconfiado, obsesivo o juguetón. Pero el amor lo es todo, decía Pedro. Mientras dura, agregaba. La frecuencia define la intensidad en las relaciones, y además del tiempo, también importa su calidad. 

Me llamo Lucila y tengo la edad suficiente para creer que el amor existe, pero solo si nosotros lo inventamos. Estoy enamorada y soy la mujer que te ama profundamente. Y lo sé porque despierto cada mañana y me acuesto cada noche con vos. Estás ahí, a mi lado, como durante todo el día que camino por los pasillos de la empresa, por las calles de la ciudad, por los rincones anónimos que sólo cobran sentido con vos.

Anoche dormiste conmigo otra vez, y ahora voy hasta tu oficina a buscar un café para verte una vez más. A la mañana tomamos el mismo colectivo en esa esquina del barrio en donde conversamos de las trivialidades mientras vemos al sol desperezarse. Y después llegamos a la empresa en donde trabajamos juntos, en donde viene la rutina, esa que no nos agota sino que nos enciende con un juego infantil de miradas. Así pasa el día y luego llega la noche que nos encontrará de nuevo bajando en la misma esquina desde donde salimos. Sí, vamos a vernos más tarde, ya sé a qué hora abrir la puerta de mi casa para encontrarme con vos en la verdulería. Somos vecinos del barrio, pero dormís conmigo en mi imaginación.

Y mañana nuevamente volveré a enfocarte de reojo hasta que el lunar que asoma por debajo de tu oreja izquierda me diga que ya está, que puedo dar un giro seductor que indique que a la noche volveremos a encontrarnos. Y todos en la oficina se preguntarán por qué busco el café allí, pero es que no saben de este amor secreto que nos tenemos. Tan secreto, que sólo yo lo sé. Dicen que cuando los secretos se comparten, dejan de serlo. Y el amor es demasiado importante para revelarlo, mejor vivirlo como una película y no como una fotografía congelada, revelada.

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