12.3.12

herida de guerra

Estoy herida de guerra y no vas a poder entenderlo, porque las lesiones son propias aún cuando las batallas sean de todos. Es que cada uno vive las peleas, hasta quizás las que no existen, con la mirilla de sus percepciones. Desde ahí busca la escuadra, la que aprendimos a usar en la primaria, para armar figuras que justifiquen el ataque.

Y ¡pum! ¿Pero por qué una escopeta? Es que en la guerra todas las armas valen. Entonces ¡tra tra tra tra! La ametralladora fue fatal. Pero no, seguimos vivos. Y ¡boom! La última bomba, la que finalmente nos derriba, es como eso que no esperábamos oír nunca de la persona a la que amamos, o eso que no pensamos que podía hacer alguna vez. Esa es quizás una buena alegoría para la derrota bélica.

Todas onomatopeyas. Sin embargo, en la realidad se hacen sentir. Lo peor de estar herida de guerra es que estás en el campo de batalla, amenazada por otros ataques y sin nada a lo cual aferrarte. Porque cuando estás ahí, como si fueses un pichón con un ala rota, ya ni siquiera importa defenderte, al menos deseás salvarte para creer que todo eso es un sueño, que la guerra puede acabarse. La soledad es ese instante en el que sentís el bombardeo, el minuto final antes de morir en el que estás así, sin nada.

Estoy herida de guerra, necesito algo a lo cual aferrarme. Pero no hay nada. Desde que dijiste esas últimas palabras antes del portazo final, en mi casa ya no quedan muchas cosas. Aunque sea me gustaría tener un cigarrillo, una copa de vino o algo que mitigue un poco el dolor de los golpes. Deberías verme, la fotografía es casi idéntica al día que me encontraste. Lo que te salva, a veces te ata, a veces te desata y otras tantas te mata.

Voy a quedarme acá, imaginando la nicotina que escarba las entrañas mientras me decido a juntar un poco de fuerzas para buscar algo a lo cual aferrarme, un cajón de la casa tiene que esconder un talismán de salvación. Si se te ocurre volver, me gustaría pedirte que muevas un poquito mi mirilla. Quizás sea hora de cambiar la óptica para apuntar a lo que en verdad ocasionó esta guerra, para acabarla y no para ganarla.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mirándote a los ojos juraría
que tienes algo nuevo que contarme.
Empieza ya mujer no tengas miedo,
quizá para mañana sea tarde,
quizá para mañana sea tarde.

¿Y Cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón, que me ha robado todo.

¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón que me ha robado todo.

Arréglate mujer se te hace tarde
y llévate el paraguas por si llueve.
Él te estará esperando para amarte
y yo estaré celoso de perderte.

Y abrígate, te sienta bien ese vestido gris.
Sonríete, que no sospeche que has llorado.
Y déjame que vaya preparando mi equipaje.
Perdóname si te hago otra pregunta.

¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón que me ha robado todo.

¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón que me ha robado todo.

Anónimo dijo...

He soñado, Luisa, algo despierto, algo no, con la densidad retórica de una expresíon de tu poema: "...un talismán de salvación..."

Y pensé luego, tal vez dormido en la cadencia de un ignoto canto suave, que sobre un carro de tenues tonos grises, viajaba silente y cubierto el dios antiguo de la sacra Historia del mundo.

Y bajo el discurrir del suave canto, eran recogidos por su mano delicada, cual flores de un día, fragmentos dolientes de la guerra total que a todos nos destroza hoy.

Y verdad es el hecho, Luisa, que las apretaba luego, yo lo vi, contra la vehemencia salvífica de su corazon oculto y eterno.

Y verdad es el hecho, Luisa, que en él abreva el ánimo de todas las aflicciones humanas paridas por la dispersión y el acaso,

males del siglo, depredadores de la inocencia de ojos bajos que huye aturdida del desastre universalmente negado.

Cuando el canto cesó, y yo despertaba, cayó un secreto de aquel carro:

Hilo de oro que atravieza las edades, el verbo de aquel dios calla para hablar en el corazón de todos.

Y su lenguaje, equivalente al lenguaje del tiempo, irrumpe cuando une. Recoge cuando canta. Salva siempre.

Luisa dijo...

Gracias...
Luisa