3.8.08

ella y el ángel

Ella estaba en un callejón. Despertó una mañana, en posición fetal, abrazada por un hombre, “no quiero ser más tu amante”, le dice. Abrió los ojos. No era su amante, era su pareja. “Haceme cucharita”, le decía el otro y si era a ella a la que abrazaban y no ella la que abrazaba, ¿cómo no iba a darse cuenta que no era su amante con el que dormía sino su pareja?
Ella ahora viene de un callejón. Hace unos pocos días se separó, se acostó con su amante una vez más y decidió subirse a un tren sin dirección. Los vagones son a blanco y negro, los pasajeros sombras y el cielo sepia. Postal de un callejón. Resultados de un callejón.
Ella se sienta. El ángel con ella, su ángel se sienta a su lado. Era un viernes a las cuatro y media de la tarde, parecía un lunes a la madrugada. Él simplemente comienza a hablar. Parece un ángel, lo es: su cuerpo, su piel, el color de sus ojos, la mirada. Ella solamente lo escucha, apenas si puede contener las lágrimas. A ella todo le duele, está triste, ahora los médicos le llaman depresión. Bajan en algún lugar, donde los deja el tren. La invita a tomar un café, se sientan en un bar y él es real. Tiene un hijo, un matrimonio en quiebra y la vida al revés. Se quedan en el mismo lugar, donde los dejó el tren. Ahí estarán por un tiempo.
Él pasa a buscarla, y los días pasan también. La recoge en una esquina, evitan denuncias, evitan dejar rastros. Solamente son dos almas buscando afecto. Ella sube al auto y él lo estaciona en la cochera de una habitación. Alquiler de camas. Son dos cuerpos buscando placer. Ella no sabe que con un ángel también puede hacerse el amor. Él es real.
Hay un ángel y ahora ella entiende que las relaciones duelen menos cuando se las piensa poco; que la felicidad es un estado interno de serenidad que se alcanza cuando se conoce el rumbo, que el rumbo no es el camino, que el rumbo es el horizonte que se aleja; que las cosas tienen un sentido y que duran mientas lo tengan; que la música es para dar concierto; que por hijo todo justifica y que reivindican la existencia; que no es los mismo hacer para sentirse bien que para ser feliz; que los aplausos ajenos son de colección, trofeos del ego; que con el alter hacemos collage pero no siempre es un juego; que el cuerpo es una brújula y el amor el norte; que la vida son los sentidos.
Ahora ella sabe, porque lo encontró, que hay un hombre que es un ángel. Un hombre de humor feliz y risas contagiosas, que regala globos de elio para volar alto, que es un prendedor para llevar en su corazón y mantenerla viva, despierta.
Hay un hombre que es un ángel. Hay un ángel que toma café y hace el amor. Hay un ángel que es de ella y ella del ángel. Ella y el ángel.
Ella estaba en un callejón, venía de un callejón y ahora sale de un callejón. Mientras la respiración siga siendo ese acto automático de la vitalidad mundana, no hay razones para arrepentirse. Ahora ella sube a otro tren y él, su ángel, es el chofer.

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