10.5.08

bolivar 381

Vaya silencios los que se van abriendo camino en este espacio de huesos jóvenes y músculos fuertes. Silencios que no se deshacen, que ni un estornudo los desarman, que se llevan mis horas de sueño, que me dejan vacía. Silencios, ecos de esta soledad.

Allá afuera hay un mundo que debate día a día sobre la posibilidad de civilizarse y acá adentro, este ser que no termino de ser, se cuestiona en qué lugar de tal barbarie sin conclusión final encajarse para no sentirse más de esta manera. Manera que se parece a la muerte cuando rasguña las aduanas con agonías punzantes, con el carácter de un gobernante para entrar. Tiene soberanía, en esta tarde, la muerte sobre mi cuerpo que en silencio, no protesta por su presencia.

Extravío de mi potestad, de la autonomía que al menos me haga reaccionar ante estímulos vanos que proceden de la locura incesante de allá afuera, ese afuera que ha perdido la cordura como para acomodarse. No estoy acomodada ni cómoda yo tampoco entre tanto tumulto que dirime direcciones clarificadoras.

Perdida entre el aburrimiento cotidiano, entre las marañas de esta mente necia e insensata que ahora, cuando más la necesito entre tanto silencio, no me habla, no arroja premisas, credos. El sujeto es tácito y no hay verbo para este predicado sin acción que soy en este momento.

Uno se pelea con el mundo cuando se pelea con uno mismo.
Y cuando los parámetros son visuales, visuales sin imágenes, además de silencio hay negro. Negro en el monitor de la computadora, negro en la placa del televisor, negro allá, negro detrás del vidrio. Vidrio y negro: espejos. Negro allá, negro acá.

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