22.10.12

aeropuertos y hospitales

¿De qué se disfraza la espera? Es paradójico que lo que significa estar detenido en el tiempo, movilice tanto. Entre el flujo de excesos que son nada y todo estoy acá sentada. Abrí mi mochila para encontrar algo que me hiciera el momento un poco más llevadero y ahí estaba tu libro. Lo he tenido conmigo durante todo este tiempo desde ese día que me lo diste, y aún no lo he terminado. Lo miro desde lejos, lo acerco y pienso qué lindo sería poder traer personas y momentos a un lugar un poco más cerca que la memoria. Porque recordarte no me alcanza para sentirte. 

La espera invade el tiempo, lo paraliza y toma el cuerpo. Y desde otro lado salen las energías, las expectativas buscando un giro que calme la ansiedad, el miedo de lo que viene o de que eso jamás llegue; lo incierto haciéndonos vibrar en espiral. Y nosotros estamos ahí, en una silla pública y común que sostiene todas las extremidades moviéndose: una sala de espera. Es ahí donde se dirime el futuro.

Aeropuertos y hospitales. Gente que va y viene al-del-por el mundo. Esos espacios que son de nadie pero de los que necesariamente tenemos que apropiarnos. Y durante todos estos años me he adueñado de lo que en suerte me ha caído. Claro, además de lo que he elegido.

Alrededor hay gente emocionada esperando un vuelo. Aparentemente todos vuelven o todos se van en busca de lo que dejaron o a encontrar lo que aún no tienen. Y tanta felicidad, los chicos sobreexcitándose con el espectáculo aéreo ante nuestros ojos, las parejas recientes dándose besos y las no tan recientes recuperando la magia, las ropas informales y de colores, las risas y los abrazos, tanta felicidad me recuerda a ese enero en el hospital.

Fue cuando llegó Matías. En verdad ahora podemos decirle Matías, pero hasta ese momento no tenía nombre. Cada cual en la familia lo llamaba a su manera y yo, yo solamente pensaba que no podía imaginármelo. Y a veces sin imaginación la realidad se vuelve más sabrosa, la del presente que se disfruta sin pensar más allá y la del futuro que sorprende. Sí, la imaginación es el único pasaporte a tomar vuelo, pero a veces también traiciona. 

Mi hermano llamó para decirme que estaba por nacer y dejé todo lo que estaba haciendo. Entré por la guardia (respeto el sufrimiento, pensé, y elevé una oración al destino para que el dolor alguna vez pese menos), llegué hasta la sala y de frente nos encontramos con mi hermano; jamás le había visto brillar tanto esos ojos negros a los que nunca se les encuentra fondo. Por qué será que hacen falta tantas palabras para entenderlo todo y sólo un gesto explica lo que realmente se siente en los momentos más importantes. Pasá me dijo, y él estaba ahí tan chiquito y tan real. Entonces me imaginé en ese lugar, trayendo alguien al mundo, con la esperanza de que no sea la realidad la que me traicione.

Y ahora esta es mi realidad, a la que me devuelve el altavoz informando que mi vuelo está por despegar. Vuelvo la mirada al libro. La tapa son de esas que no dicen nada y en la contratapa, leo el recuerdo de tu voz diciéndome simplemente que me lo regalabas porque cuando lo leías te acordabas de mi. Hoy espero que algo de todo  lo que vivimos mantenga en vos una postal de lo que fuimos, porque yo cada tanto te traigo a la memoria, pero cuando no, aparecés  con el libro: cuando salgo de casa y lo veo en la biblioteca, cuando queda sobre la mesa por haberlo sacado en un intento frustrado de terminarlo o así, cuando viaja conmigo adonde sea. Nunca te di nada que  garantizara mi presencia eterna en tu vida, pero más allá de las veces que nos hablamos o escribimos, espero cada tanto entrar por la ventana sin golpear la puerta y darte una sonrisa con algún recuerdo añejo.

Embarco y tengo la misma sensación de siempre cuando me subo a un avión, es lo más cercano al deseo siempre eterno de mi mejor amiga de tele-transportarnos. Es que las distancias a veces duelen tanto, aún cuando muchas ayuden demasiado. Y creo que por eso nos alejamos, para preservar el milagro de habernos encontrado. Milagro, esa es una palabra que te pertenece.

El destino y sus circunstancias me han hecho viajar mucho. Por trabajo o por placer me subo a los aviones con más frecuencia de la que subo a la terraza de mi edificio. Y a decir verdad, el mundo se ve igual desde cualquiera de los dos lugares porque aprendí que, simplemente, hay que saber sintonizar perspectivas. Busco mi asiento, lo encuentro y me acomodo. Este no es cualquier viaje, voy a verte.

No fue la última vez que nos vimos sino al principio, cuando como un postulado inviolable nos propusimos encontrarnos el 20 de julio de unos tres años después en el que en ese momento estábamos. Hoy es ese año, hoy es 20 de julio. Voy a llegar tarde como siempre, no por la combinación de vuelos sino porque me mal acostumbré a no ser la primera en la construcción de una escena. Y mucho menos una escena como esta que si fuese la de un film cinematográfico, no sólo sería éxito en cartelera sino que sería galardonada.

Entonces cuando llegue vas a estar esperándome, y te imagino poniéndote de pie con los ojos iluminados, el tiempo no ha pasado te lo juro para ninguno de los dos. Y cuando nos sentemos, comenzaré el guión mirándote a los ojos, abriendo el libro en la página exacta porque me lo conozco de memoria, y leyéndote “Hace algún tiempo”. Mi texto favorito después de este claro, el que construimos nosotros dos desde hace tantos años con esta historia.


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