Poco lugar - o poco tiempo - hay para discusiones estratégicas, acuerdos, rencores, reconciliaciones. Pateamos vos y yo como jugadores independientes de un mismo equipo, lo que nos moviliza es el deseo de ganar, de ver a la tribuna gritar y saltar y nosotros ahí, contentos porque de nuevo, aún cuando parecía que no lo íbamos a lograr, jugamos como un equipo otra vez. Vos con tus pases, yo con mis amagues, vos con tu rol indiscutible de armador y yo, acá, esperándote para hacer el gol. Así es el tiempo de descuento, pateando vos y yo como jugadores autónomos pero hacia un mismo arco, un mismo lugar.
Estamos cansados, presionados, sudados, preocupados, asustados. Pero estamos ahí, en el juego que ninguno de los dos va a abandonar. Entonces la pregunta es, ¿vamos a dar además lo mejor de cada uno, vamos a dejar en la cancha esa pasión y las habilidades por las que fuimos elegidos para estar en esta selección? Lo que nos diferencia es la convicción de que podremos lograrlo y de que nadie más podría hacerlo de la misma manera, ni siquiera aun quizás, de mejor manera. La certeza de que fuimos elegidos para estar ahí, de que decidimos quedarnos y jugarnos la vida por el campeonato.
Es la ilusión de que todavía podemos ganar y la seguridad de que ambos lo intentaremos, ese es el tiempo de descuento que indica el futuro de este equipo. Es el tiempo de descuento, o es el tiempo añadido que nos da una última chance de salir campeones, una vez más.

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