Me mirabas atento e imaginabas que en el próximo rincón encontraría el esmalte color bordó.
Y yo seguía buscándolo como si el desenlace de la noche fuese a depender de eso, ¿sería?
Llamaron a la puerta y tuve que salir así, más que despintada, intrigada, ¿adónde estaría?
Te di un beso en la boca y otro en la mejilla, como era la costumbre cuando quedabas en casa.
Salí segura de que afuera no habría peligros, pero siempre hay un buitre acechando.
Y el ave rapaz me declaró la guerra cuando me arrinconó contra la pared y con una espada.
Lo voraz de su pico rozándome el cuello fueron las imágenes que la retina había olvidado,
los olores que se habían desprendido de mi piel y los gritos que creí ya se habían silenciado.
No había más escapatoria para la presa perfecta en la que de repente me había convertido.
Y entonces, en un instante, recordé el lugar exacto de la casa en el que estaba el esmalte.
Con un giro perfecto escapé de la cacería. La pintura de uñas estaba en casa, junto a vos.
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