11.9.14

500 noches para una crisis

Pensabas en voz alta, y a veces seguís haciéndolo, cómo hago para que uno de mis músicos favoritos sea aquel que se asocia a esa parte de mi historia en donde todo fue más complejo de lo previsto. Me lo preguntás porque fue Gonzalo quien me hizo escuchar por primera vez esa voz ronca cantando, o más bien recitando con música de fondo, versos de desamor que ni 19 días y 500 noches alcanzarían a curar.

Y en verdad dejame aclararte en primer lugar, Mariela, mi querida amiga del alma, que tengo algunas dudas sobre quién fue el primero que me hizo escuchar las canciones del gallego con tanta atención. ¿Acaso no habrás sido vos en una de esas noches de delirio que solíamos montar como escenografía para el desgraciado guión que habíamos decidido actuar por aquellos años? O tal vez Pablito, ¿te acordás? A él también le gustaba escuchar a Joaquinito mientras preparaba unos mates para que acompañáramos, a medianoche, las ocurrencias de Dolina desde el Café Tortoni. Lo único que jamás entendí fue por qué Pablito te regaló ese CD a vos, si a la que quería conquistar era a mí. Pero bueno, de eso nos enteramos más tarde, porque mis ojos estaban puestos en Gonzalo y los suyos, en algún otro lugar que no era al lado mío. Todas cuestiones que no se predicen o imaginan, suceden. Debe ser, definitivamente, que hay alguien más escribiendo el camino, que hay un destino.

Lo cierto es que anoche fui al recital que este español vino a dar en el marco de su gira que se llama 500 noches para una crisis. Parece que 15 años después, al tipo le dio la nostalgia, algo que esta vez, a mí, me pasó por el costado. Tocó cada una de las canciones que están en ese CD que Pablito te regaló. Las mismas que en algunos versos conservan huellas de ese pasado que gustamos llamar como la época de Gonzalo. Y no sé por qué le damos tanto protagonismo a Gonzalo… todo lo que me pasó, lo trasciende a él y a la relación que tuvimos.

No sé boluda cómo hacés para seguir escuchando la música de este tipo con todo lo que significa, me decías. Yo ahora sí sé. Cuando salió al escenario hoy, lo entendí. Y cuando entré a casa y me topé con el silencio, lo confirmé. Un silencio que, años atrás hubiese sido el desgarrador testigo de la soledad. Y ahora, es paz.

¿Sabés lo que pasa Mariela? Que esa época fue una mierda, sí. Pasaron cosas y momentos feos. Pero también aprendí algo. No sé si fuiste vos, Gonzalo o Pablito con sus mates de medianoche en la calle Ituzaingó. Pero sí sé que mientras sucedía esa compleja trama en mi historia, paradójicamente, aprendía que cuanto más simple se escribe la vida, más fácil es leerla. Esta noche en el recital, entendí que puedo seguir escuchando a Joaquinito porque es el símbolo de un aprendizaje sobre la simplicidad para vivir.

Esta noche decidí tomar, en la compañía de tu presencia imaginaria, la copa de vino que tengo permitida. Destapé la última botella con la etiqueta del último libro que edité. Y de fondo sigue sonando esa música, la que Pablito te regaló con un mensaje que fue para las dos. Y además, se escucha atrás, el auténtico mensaje de las palabras finales de Gonzalo. Simplicidad Mariela, solo eso. Una premisa de vida que ya había aprendido de mis viejos, pero que, a medida que pasa el tiempo, olvido con más frecuencia. Simplicidad.

Esta noche entonces, te respondo: puedo seguir escuchando al gallego porque esas 500 noches para una crisis fueron necesarias, y suficientes. La felicidad es como la libertad, no admite interpretación. El amor, la cobardía, los celos, la pasión, el dolor… hay tanto que puede interpretarse. Pero la felicidad, como la libertad, no.

Esta noche soy feliz por esta libertad que encuentro en el reverso simple de la vida. Y lo comparto a la distancia con vos, brindando por toda la tinta que hicimos correr. Así, en compañía, valen la pena las 500 noches para una crisis.