22.10.12

martina

Me llamo Martina y tengo 34 años. Soy abogada de profesión y vendedora de vocación, al menos eso dicen las víctimas de mis discursos, aparentemente persuasivos. Que no es lo que decís, es tu sonrisa; que es la forma en la que mirás; o no, puede ser el acento en las palabras…no sé. O  quizás, ahora que lo pienso acá sentada mientras mi vida se me hace una escena cinematográfica, quizás sólo sea que no tengo verdaderamente ninguna intención. Sí, es tal vez que la honestidad es lo que más “vende”.

Lo cierto es que las víctimas se entregan a los discursos no sangrientos pero sí asesinos de esta mujer (inocente) que soy. El Síndrome de Estocolmo me exceptúa o justifica o, espero al menos, explique el cariño que me tienen. Todos te quieren, dice mi hermana cuando tomamos unos mates debajo de la parra en la casa de los viejos. Todos menos él, porque se enamoró de mi, es verdad, pero algo anda mal. 

Ahora me traiciona, tiene una amante que no conozco pero que imagino. Y después de estar engañándome por un año, creo que anoche fue la última vez. Simplemente lo intuyo al momento que supongo que se quedará con esa última cerveza y los besos en una cama alquilada, como el mejor recuerdo de ella. Y mientras espero que salga de bañarse para ir a cenar a la casa de su hermano que hace monólogos de su éxito, pienso que el mío, mi triunfo y el premio que la vida me ha dado, es él. Entonces deseo que el recuerdo que tenga de mí, cuando ya no esté, porque no sé si va a aprovechar esta última oportunidad, que ese recuerdo, sea un poco más que los dos centavos que quedamos debiéndole a la felicidad. Si ponía uno él y otro yo, hubiésemos pagado la deuda. Pero cada uno miró para otro lado, buscó otras cosas para no salvar esta relación.

Sí, es mejor que hablemos después que volvamos de la casa de su hermano. O antes…para qué fingir una relación que nos terminó por dominar a nosotros, los verdaderos actores. Fuimos incapaces de reinventarnos, o al menos de reciclarnos. Mi profesora de química de la escuela secundaria decía que nada se pierde, que todo se transforma. ¿Adónde estamos yendo entonces? ¿Cuál es la trituradora al final de este camino que hará migajas este amor para convertirlo en otra cosa? En verdad quisiera transformar nuestra pareja en algo mejor. Me equivoqué, lo sé. Pero él también y no sé si lo asume. ¿Qué intentó mejorar entre nosotros dos durante este año con una amante de la que además, se enamoró? Las soluciones llegan con decisiones claras, con todas las fichas sobre la mesa de juego, porque sino se trata de una trampa en la que cae el mismo tramposo.

Voy a decirle, cuando salga del baño, que cuando volvamos tenemos que hablar, que así no podemos seguir. Ahora Marcos abre la puerta y yo, sentada sobre la cama y apoyada sobre el respaldar, lo miro. Esos ojos los conozco, me dice. Son los de siempre, le digo. Está ahí, tan igual pero tan diferente, ¿es que de algo sirve reinventarnos, reciclarnos? Quizás simplemente deba terminar, debamos separarnos. Deja caer la toalla y camina desnudo por la habitación, pero lo único que puedo ver es la firmeza que lo sostiene, cada paso, cada cosa que ha hecho en su vida ha sido la demostración de un hombre seguro y confiable. ¿Estaba seguro de tener una amante? ¿Qué clase de decisión es esa? ¿O simplemente pasó? ¿No podía decírmelo, por qué engañarme?  ¿Qué hace acá conmigo todavía?

- No vamos a ir a lo de mi hermano.
- ¿Por qué?
- Porque quiero que hablemos.
- ¿Y por qué no hablamos después si la ya le dijiste que íbamos a cenar?
- Porque necesitamos hablar en un lugar neutral…y mi hermano me perdonaría cualquier cosa, no importa el error, y en cambio no sé si vos me perdonarías todo.
- ¿Por qué habría de perdonarte todo?
- Quizás porque no hay uno, en la relación, que sea más omnipotente o misericordioso.
- Pero hay diferentes tipos de errores.
- Sí, los más importantes son los que te lastiman el alma…algo tan sublime… ¿qué determina que un error sea tan tremendo? Eso, la manera en que el alma te quedó después que te hirieron. 

Me llamo Martina y tengo 34 años. Soy abogada de profesión y vendedora de vocación, al menos eso dicen las víctimas de mis discursos, aparentemente persuasivos.  Pero los victimarios algunas veces también somos torturados. No sé si Marcos practicó su alocución, si en verdad esperaba que yo lo perdonara o que en una suerte de soliloquio conmigo solamente en el auditorio, buscaba su propio perdón. Sucede que las primeras víctimas de un hecho delictivo, son los victimarios.

Hablamos ahí, no hubo lugar neutral. Nos sinceramos y ni siquiera sé si nos perdonamos. Pero sí sé que anoche fue la última vez para ellos dos, amantes que quisieron ser de ocasión, que lo fueron, pero que se enamoraron. ¿Realmente se enamoraron? Un par de besos de vez en cuando, un resumen de la vida en una salida clandestina, la adrenalina de lo prohibido, la idealización fingida y una conexión particular, no son la mejor descripción del amor, me dijo Marcos. Esos ojos los conozco, afirmó después. Son los de siempre, le dije. No, son diferentes. Son los mismos Marcos, pero miran diferente.

Me levanté de la cama y me fui al baño. Busqué mi mirada en el espejo. ¿Qué determina la gravedad de un error? La herida con la que queda el alma, la medida de su dolor. ¿Hay medicina para curarla? Tal vez un análisis matemático que arroje un resultado de la relación, calculando lo positivo versus lo negativo durante los años que duró el amor. Quizás un estudio profundo de significados o una investigación histórica para determinar si algo de todo, valió la pena. O no, a lo mejor, la única medicina es un abrazo que inaugure una nueva oportunidad para intentarlo. Ahora la que abre la puerta del baño soy yo. Esos ojos los conozco, le digo. Son los de siempre, me dice. Sí, pero miran diferentes Marcos. Como los tuyos, responde.

aeropuertos y hospitales

¿De qué se disfraza la espera? Es paradójico que lo que significa estar detenido en el tiempo, movilice tanto. Entre el flujo de excesos que son nada y todo estoy acá sentada. Abrí mi mochila para encontrar algo que me hiciera el momento un poco más llevadero y ahí estaba tu libro. Lo he tenido conmigo durante todo este tiempo desde ese día que me lo diste, y aún no lo he terminado. Lo miro desde lejos, lo acerco y pienso qué lindo sería poder traer personas y momentos a un lugar un poco más cerca que la memoria. Porque recordarte no me alcanza para sentirte. 

La espera invade el tiempo, lo paraliza y toma el cuerpo. Y desde otro lado salen las energías, las expectativas buscando un giro que calme la ansiedad, el miedo de lo que viene o de que eso jamás llegue; lo incierto haciéndonos vibrar en espiral. Y nosotros estamos ahí, en una silla pública y común que sostiene todas las extremidades moviéndose: una sala de espera. Es ahí donde se dirime el futuro.

Aeropuertos y hospitales. Gente que va y viene al-del-por el mundo. Esos espacios que son de nadie pero de los que necesariamente tenemos que apropiarnos. Y durante todos estos años me he adueñado de lo que en suerte me ha caído. Claro, además de lo que he elegido.

Alrededor hay gente emocionada esperando un vuelo. Aparentemente todos vuelven o todos se van en busca de lo que dejaron o a encontrar lo que aún no tienen. Y tanta felicidad, los chicos sobreexcitándose con el espectáculo aéreo ante nuestros ojos, las parejas recientes dándose besos y las no tan recientes recuperando la magia, las ropas informales y de colores, las risas y los abrazos, tanta felicidad me recuerda a ese enero en el hospital.

Fue cuando llegó Matías. En verdad ahora podemos decirle Matías, pero hasta ese momento no tenía nombre. Cada cual en la familia lo llamaba a su manera y yo, yo solamente pensaba que no podía imaginármelo. Y a veces sin imaginación la realidad se vuelve más sabrosa, la del presente que se disfruta sin pensar más allá y la del futuro que sorprende. Sí, la imaginación es el único pasaporte a tomar vuelo, pero a veces también traiciona. 

Mi hermano llamó para decirme que estaba por nacer y dejé todo lo que estaba haciendo. Entré por la guardia (respeto el sufrimiento, pensé, y elevé una oración al destino para que el dolor alguna vez pese menos), llegué hasta la sala y de frente nos encontramos con mi hermano; jamás le había visto brillar tanto esos ojos negros a los que nunca se les encuentra fondo. Por qué será que hacen falta tantas palabras para entenderlo todo y sólo un gesto explica lo que realmente se siente en los momentos más importantes. Pasá me dijo, y él estaba ahí tan chiquito y tan real. Entonces me imaginé en ese lugar, trayendo alguien al mundo, con la esperanza de que no sea la realidad la que me traicione.

Y ahora esta es mi realidad, a la que me devuelve el altavoz informando que mi vuelo está por despegar. Vuelvo la mirada al libro. La tapa son de esas que no dicen nada y en la contratapa, leo el recuerdo de tu voz diciéndome simplemente que me lo regalabas porque cuando lo leías te acordabas de mi. Hoy espero que algo de todo  lo que vivimos mantenga en vos una postal de lo que fuimos, porque yo cada tanto te traigo a la memoria, pero cuando no, aparecés  con el libro: cuando salgo de casa y lo veo en la biblioteca, cuando queda sobre la mesa por haberlo sacado en un intento frustrado de terminarlo o así, cuando viaja conmigo adonde sea. Nunca te di nada que  garantizara mi presencia eterna en tu vida, pero más allá de las veces que nos hablamos o escribimos, espero cada tanto entrar por la ventana sin golpear la puerta y darte una sonrisa con algún recuerdo añejo.

Embarco y tengo la misma sensación de siempre cuando me subo a un avión, es lo más cercano al deseo siempre eterno de mi mejor amiga de tele-transportarnos. Es que las distancias a veces duelen tanto, aún cuando muchas ayuden demasiado. Y creo que por eso nos alejamos, para preservar el milagro de habernos encontrado. Milagro, esa es una palabra que te pertenece.

El destino y sus circunstancias me han hecho viajar mucho. Por trabajo o por placer me subo a los aviones con más frecuencia de la que subo a la terraza de mi edificio. Y a decir verdad, el mundo se ve igual desde cualquiera de los dos lugares porque aprendí que, simplemente, hay que saber sintonizar perspectivas. Busco mi asiento, lo encuentro y me acomodo. Este no es cualquier viaje, voy a verte.

No fue la última vez que nos vimos sino al principio, cuando como un postulado inviolable nos propusimos encontrarnos el 20 de julio de unos tres años después en el que en ese momento estábamos. Hoy es ese año, hoy es 20 de julio. Voy a llegar tarde como siempre, no por la combinación de vuelos sino porque me mal acostumbré a no ser la primera en la construcción de una escena. Y mucho menos una escena como esta que si fuese la de un film cinematográfico, no sólo sería éxito en cartelera sino que sería galardonada.

Entonces cuando llegue vas a estar esperándome, y te imagino poniéndote de pie con los ojos iluminados, el tiempo no ha pasado te lo juro para ninguno de los dos. Y cuando nos sentemos, comenzaré el guión mirándote a los ojos, abriendo el libro en la página exacta porque me lo conozco de memoria, y leyéndote “Hace algún tiempo”. Mi texto favorito después de este claro, el que construimos nosotros dos desde hace tantos años con esta historia.


18.10.12

14.10.12

homenaje

De Jorge Luis Borges

(Un homenaje al compañero que en voz alta lo recitó, a quién lo leyó, a quién después preguntó. Compañero, de esos que te acompañan...para siempre.)

Mientras escribo me siento justificado; pienso: estoy cumpliendo con mi destino de escritor, más allá de lo que mi escritura pueda valer. Y si me dijeran que todo lo que yo escribo será olvidado, no creo que recibiría esa noticia con alegría, con satisfacción, pero seguiría escribiendo, ¿para quién?, para nadie, para mí mismo.

Jorge Luis Borges, en el libro "Cuando ya no importe" de Juan Carlos Onetti.
(Porque cuando ya no importe, nada, esto seguirá importando)