27.6.11

anteojitos (diario La Voz del Interior)

Él está en el rincón de esa oficina masculina a donde cada vez que ella ingresa, todas las miradas se detienen en su pelo revoltoso, en sus brazos, en su espalda, en sus piernas y en lo que hay entre estas dos partes. Y eso que su cuerpo no es un precipicio hacia la belleza. Será quizás que detrás de ella se mueve un Cupido buscando ansioso al hombre indicado que fijará la mirada en el punto exacto.

Él está en ese rincón que es como un codo. Escondido en ese espacio, sin embargo, la mira a través de sus anteojos muchas más veces que el resto de los hombres de esa oficina, porque desde ese ángulo la ve pasar cuando ella camina por el pasillo. Va y viene, con los ojos de él, por ese largo y angosto pasadizo que solamente conduce al deseo implacable de ese hombre de anteojos que la anhela y que no sabe si algún día la tendrá. ¿Cupido no se habrá dado?

Y ella entra, da un vistazo rápido al escenario y muy velozmente, por el rabo del ojo, encuentra esos anteojitos que nunca sabe si la están mirando. Parecerían ser cuatro ojos y sin embargo, no sabe si alguno le pertenece. Mientras tanto Cupido avanza, ansioso, por esos rostros pegajosos que se prenden a su cuerpo pero que nunca se detienen en el lugar preciso.

Para seguir restando flechas al heraldo, ella se detiene un par de veces al día, en un escritorio o quizás dos, para resolver las mismas cuestiones operativas del trabajo diario. Y ese escritorio nunca es el de anteojitos. Fulano o Mengano responden a sus preguntas y resuelven sus cuestiones con la premura de un hipnotizado. Y ella, hasta torpe, sale dialogando con Cupido sobre los motivos del asombro masculino en esa oficina: siempre está despeinada, fuera de moda, ojerosa y camina como pueblerina. Y Cupido responde que es la luz, un aura que se ha vuelto hasta inservible porque el príncipe no aparece.

Ese martes, colgada de la realidad más material, apurada y arrebatada como siempre, entra fugazmente a la oficina y ni Fulano ni Mengano estaban para solucionar sus problemas laborales. Entonces se detiene en el medio de la oficina, rodeada por escritorios que son como cuevas de buitres al acecho. Lanza una pregunta abierta para que alguien le responda y, desde ese rincón que se parece a un codo, anteojitos responde detrás de esos vidrios y resuelve el acertijo. Entonces ella agradece y gira para salir. De repente se le cae una hoja y cuando voltea para alzarla, él se había sacado los anteojos. Y fue como si a Cupido le hubiese picado la espalda, da la vuelta para rascarse y encuentra esos ojos verdes que la miran, no a ella, sino a su aura. Cupido, maravillado, dispara su flecha. Un nuevo amor está por nacer. Y en ese segundo exacto, ella dice: “la hoja que se me cayó es el telegrama de renuncia”.

14.6.11

preservarte

Anoche nos quitamos tantos besos
Y dolió como el mismísimo esfuerzo
Pero ese último abrazo sana la penuria
Con la certeza de tenerte cerca.
Para siempre.

nosotros dos (fragmento)

Hemos ido a tantos bares y siempre pedimos copas para tres. Nosotros dos y lo que no podremos ser.

10.6.11

palabras al enemigo

Son tan fuertes las emociones que estas personas que me aman y que amo me hacen sentir
Es tan maravillosa la magia que me inyectan para seguir creyendo en algo, que no sé qué es
Es tan solemnemente real el sentido que le dan a mi vida, que las explicaciones no hacen falta.

Las palabras que sobran, que son casi todas, se las regalo al enemigo.
Porque tendrá cómo usarlas, porque tiene todos los dedos libres para escribirlas. En cambio mis dedos, cuentan los logros en mi historia: las personas genuinamente leales, las que te hacen vivir.

Las palabras al enemigo son las que sobran, que son muchas, que dicen tanto y que no sienten nada.